Estoy releyendo El eternauta, de Hector Germán Oesterheld y Francisco Solano López, porque comencé a darlo en la escuela. Para poder sacarle el jugo a esta lectura, me puse a indagar mucho más en la vida de Oesterheld como escritor y persona. Sabía, como cualquier persona que conozca su nombre, que a Oesterheld los mili- tares lo habían chupado, como a otros tantos escritorees, intelectuales, obre- ros y civiles varios que la última dictadura desapareció. Sabía que habían desaparecido a sus 4 hijas, dos de las cuales estaban embara- zadas, junto con dos de los yernos. La única sobreviviente fue Estela, la mujer y uno de los nietos. A veces, mientras mis alumnes leen la historieta, yo me quedo leyendo la bio- grafía "Los Oesterheld", mientras googleo videos, imágenes, fotos, material de archivos, entrevistas. Cada tanto se me escapan unas lágrimas. Algunas, en el aula, otras, mientras miro algún documental sobre la vida y obra del creador de El eternauta. En el aula hablo con pasión de él. Quiero que mis alumnes lean historietas, quiero que sepan que existe un mundo de viñetas por fuera del imperio de super- heroe en calzones ajustado, trepando rascacielos inexistentes e ilusorios. Tras este ejercicio de redescubrimiento, de profudización en la figura de HGO, me colmé de emociones. Pensar en el horror de la dictadura, en el sadismo de liquidar a una familia y dejar a su madre sola, fiel testigo de la matanza per- petrada hacia su núcleo de amor, me parte al medio. Me destruye. Me llena de lágrimas. Cada tanto se me caen en el banco, mientras el piberio lee en silencio. Los veo ahí enganchadisim@s y sonrio; sonrio y lloro, por las vidas arrebatadas, los talentos borrados. Quién sabe cuantas historietas, cuantas aventuras más nos po- dría haber contado HGO. Solo pensar en haber tenido 20 años más de trabajos jun- to a Breccia, a Lopez, a cualquiera de las eminencias del dibujo, me llena de una infinita tristeza, una angustia imposible de apagar. Todo eso pienso y siento cada vez que me paro a hablar de historieta con mis a- lumnes. Mientras ellos leen en silencio, yo los observo ahí, enganchados. Algunos incluso me pidieron por favor leer más. Como no puedo dejarles sin leer, lleve de mi biblioteca personal Mort Cinder, Sherlock Time, Sargento Kirk y Ernie Pike para que lean. Apenas los ofrecí, me los sacaron de las manos. Falta una semana para el 24 de marzo. Espero no romper en llanto cuando toqué hablar más en profundidad sobre estos temas. No se si será la edad, o si la do- cencia fue aflojando mis sentimientos, pero cada vez me movilizan más ciertas cosas.