Comencé a hablar con una chica que también tiene rulos. Bueno, creo que siempre termino hablando con ruludas. Ni siquiera sabía que existía esa palabra hasta que te conocí. Ahora lo uso siempre, aunque a nadie le suena tan bien como a vos. Me recuerda a una vez, en el 2010, cuando durante los festejos por el bicente- nario me enamoré pérdidamente de una ruluda, aunque en esa época yo no tenía rulos ni sabía de la existencia de esa palabra. A esa ruluda la veo más ahora que en el 20210, porque cuando la vi, solo era un avatar de Wordpress, y ahora está en Instagram, en Twitter. Ella ni siquiera sabe quien soy, ni que yo me enamoré, ni que le canté canciones a sus rulos. Ahora los rulos están en todas partes, no hay pixel que no los tenga. Un virus de ruludas atraviesa internet. Qué lindo. A mi se me pasó el tren de los rulos, tenía los boletos para subir a la estación de la ruluda, pero los perdí. Jamás me lo perdonaré. Quizás ese fue el sueño que tuve aquel día que me levanté atravesadisimo, recon- tra cruzado. Había soñado con la ruluda, estuve pensando en tus rulos, en los enriedes, en poder meter la mano en esa mata de pelos. Obviamente soñar y soñar lo único que me generó fue malestar. Qué va a ser. La mañana en la escuela fue trágica. Las criaturas estaban intensas. El barbijo me tapaba la cara de orto, pero mis ojos advertían la tormenta que atravesaba mi cabeza. Todas mis intervenciones fueron secas, precisas y medidas: ni una pa- labra de más salió de mi boca ni nadie se salvó de una mirada fulminante. ¿Qué pasa, profe? Estoy cansado. Yo también tengo sueño. Yo no. Cuando estoy atravesado no quiero hablar ni hacer contacto con nadie. Se me cie- rra la garganta, como si un enorme rulo atravesara mi esofago y me quitara el a- liento. Solo me quiero encerrar con mi computadora para escaparme al cyberespa- cio, el único lugar donde todavía puedo encontrar algunos rulos. No serán los rulos de la ruluda, pero al menos allí los puedo evocar. Los imagino. Los imagi- no byte a byte. Se reconstruyen en mi retina. A veces son incandescentes, como el sol de la mañana cuando refleja en las ven- tanas de los edificios. También son cobrizos, como la tierra de Misiones. Pero pueden ser blancos, fucsias o violetas; de todos los colores del arcoris. Ruluda. Qué linda palabra.