Primera semana en Holanda No he tenido demasiado rato para estar tras la computadora y ponerme a escribir algunas líneas; apenas he estado contestando mensajes o correos, más allá de mis espóradicos ingresos al chat.rebelion.digital donde he estado subiendo algunas de las fotos de mi viaje. Porque no solo no veía a mi hermano hace dos años y medio sino también a mi sobrino, que la última vez que lo tuve en brazos tenía apenas 6 meses, era un bollo de ropa, eructos y mamaderas; hoy ya tiene 3 años, ¡llegué justo para su cumpleaños! Es muy dificil no desapegarse a él, recién estoy en Holanda y ya estoy pensando que tal vez no lo vuelva a ver vaya uno a saber por cuanto tiempo. He pensado bastante en eso, no me quiero perder su crecimiento, quiero estar presente y ser parte de su vida aunque me encuentre a tantisimos kilometros de distancia... Gran parte del día la paso, entonces, en la casa ayudando a Carolina, estando con Facundo y luego con mi hermano. El clima aquí es horrible para los estandares de algún argentino promedio: nublado casi todo el tiempo, lloviznas infinitas y un frío húmedo tremebundo. Por suerte no soy del estandar y a mi este invierno de la camppiña holandesa me sienta lo más bien; lo único que tal vez me moleste sea que oscurezca tan temprano: a eso de las 16 30 ya comienza a bajar el "sol", si es que alguna vez estuvo en lo alto de este cielo eternamente encapotado. No obstante eso, he salido algo, ya sea para hacer compras como para pasear por el centro de Hertogenbosch. La casa no está en el centro sino en un "suburbio" llamado Engelen aunque dicha categoría no sea quizás la más atinada. Engelen sería mas bien un barrio alejado a unos 5 km del centro de Denbosch, la mayoría de los habitantes son holandeses, aunque tienen una vecina peruana casada con un dutch. Normalmente, según los análisis que hizo mi cuñada, los holandeses se suelen casar con inmigrantes, no así las holandesas que se casan con dutchs. Las casas de los barrios holandeses son todas iguales, no solo las de Engelen sino también de otros, o al menos las que yo he visto. Para la mentalidad de un devaluado argentino como yo, todas parecen cuasi mansiones por lo grandes que son, con sus patios y jardines delanteros, sus dos pisos con altillo o sótano incluido, pero la realidad es que no. Aquí la viviendo parece ser accesible, la estabilidad ecónomica hace su magia y los salarios bien pagos dan posibilidades de acceder al crédito de manera sencilla, como hizo mi hermano. La gente parece mudarse constantemente, ya sea para alquilar, vender o comprar casas; algo que resulta tan inverosimil en la Argentina, aquí es lo más común. Durante esta semana pude, al menos, recorrer parte de esta zona; un poco en bicicleta y otro poco en auto. Andar en bici acá es un placer, todo está señalizado, los automovilistas te respetan el paso, pero hay que estar sumamente atento a la señaletica de la zona, y he ahí un poco los problemas. Las diferencias idiomáticas son insondables, es imposible entender siquiera una palabra de holandes; acostumbrado como latinoamericano a que nuestra lengua nos sirva para comunicarnos en todo un subcontinente, e incluso con la picardía argenta de creer entender portugues solo por limitar con Brasil, resulta bastante chocante al menos para mi estas barreras del idioma. De todas formas las barreras no dejan de ser obstaculos y los obstaculos siempre se pueden franquear. De más está decir que la gran mayoría de jovenes hablan inglés, así que la comunicación de alguna manera la puedo realizar. Pero ojo, no toda la población habla inglés; los más grandes (de 50 para arriba) tal vez no la tengan como lengua materna. En torno a eso, en el almuerzo de navidad fuimos a la casa de una pareja de argentinos con sus hijos que viven acá y que emigraron porque mi hermano les consiguió trabajo. Eduardo nos contaba que de los 14 millones de habitantes de Holanda, al menos un 30% no habla dutch. Acá hay muchos migrantes, ya sean como mi hermano o también refugiados; estos últimos tienen más problemas, porque suelen ser marroquies o sirios que tampoco hablan inglés. Durante las noches, cuando Facundo se va a dormir, solemos quedarnos con mi hno haciendo cosas computacionales. Hemos estado acondicionando la infra para levantar un clúster con varias mac mini que tiene, además de acondicionar una especie de mini cluster de Raspi 4; pero a decir verdad, quien termina realizando las tareas es él, que se queda enchufado a la computadora hasta la 1 de la madrugada, meta tirar comandos. Yo lo acompaño, poniendo música en vinilos, haciendo café, sirviendo cerveza o leyendo en el sillon del living. La casa es muy acogedora y se presta para habitarla de todas las formas. Disfruto mucho de las noches cuando todo es silencio, aunque pasada las 1 ya me da bastante sueño; es lógico, ya que me levantó a las 8:30/9 para desayunar todos juntos y luego jugar con Facu durante la mañana. Toda esta rutina familiar a veces hace que me olvidé que estoy a no se cuántos de miles de kilometros de distancia de mi patria; lo recuerdo en los momentos en que estoy solo, en que pienso en mis amigues de allá, cuando siento la soledad abrumadora golpear de lleno en este frío cielo eternamente encapotado. De hecho, hubo un día en que el sentimiento de soledad y extrañeza me pegó tan fuerte que llegué a pensar en que no podría tolerar estar acá hasta el 13 de febrero, que aun faltaban muchos días y me quedaban más tristezas por vivir. ¿Cuál sería el problema, en todo caso? Uno se va de vacaciones y lleva consigo todo, sobretodo sus mambos e inseguridades; ellas no se iban a quedar en el Once cuidando los servidores; no, ¡claro que no! Pero por suerte así como hay tristeza hay felicidad y las emociones van y vienen como el tímido sol que cada tanto intenta asomarse por este eterno cielo encapotado.