Ajedrez 14 de abril de 2023 --- Toneladas de trabajo urgente en las últimas semanas, alejado del correo pendiente, de las noticias, de los planes de escritura y de casi todo lo demás, y aun así, con la cabeza hundida en el ajedrez, desde luego, por el campeonato del mundo que se juega ahora mismo. Han sido cuatro partidas emocionantes, hasta ahora, especialmente las últimas dos, cuando hemos visto caer y sobreponerse de inmediato a Ding Liren, con un sacrificio de calidad semejante en ambos casos (la derrota y la victoria son gemelos impostores, dijo, creo, Kipling). Me siento feliz, exultante y culpable de disfrutar tanto al ver pelear cada casilla a Nepo y a Ding, con tantos pendientes como tengo en la agenda y la cabeza. En fin. Ellos son grandes justo por lo que hacen. Y yo, bueno, soy lo que soy, justo, por lo que dejo de hacer. No voy a discutirlo. Hoy no pude ver el streaming en vivo. Pero vi la partida y un par de resúmenes. Disfruté mucho el resumen del GM Pepe Cuenca, que voy a atreverme a recomendar aquí sólo por el estrambótico, exagerado, fuera de lugar y, sin embargo, perfectamente justo comentario, lejísimos del mundo nerd (pero no de sus ambiciones), que comienza con ese «cuidading, ding, ding, ding, ding...» hasta el infinito, por ahí del minuto 11.25: https://yewtu.be/watch?v=0Q8gDL3yukI Será culpa de las máquinas de las que somos tan dependientes hoy, pero no recuerdo haber disfrutado así el campeonato anterior, entre Nepomniachtchi y Carlsen. Carlsen es un jugador descomunal, preciso y, a veces, hasta divertido. Pero ninguno de sus rivales, en todas las defensas del título de campeón mundial que ha tenido desde 2013, ha logrado ganarle ni perderle con diferencia, digamos, indiscutible, ni en nivel de juego ni en fortaleza psicológica. Excepto Nepo, quien, siendo un jugador de igual nivel, sí «se rompió» durísimo y perdió su match contra Carlsen por el campeonato mundial, en 2021, con un doloroso 7 1/2 a 3 1/2. Se convirtió de ese modo en el subcampeón mundial, con derecho a vencer o ser vencido, tras la renuncia de Carlsen a defender su título. Carlsen renunció, sencillamente, porque no se sentía motivado a defender su título. Lo habría defendido, dijo ante la prensa, si las reglas del match hubieran sido otras, menos clásicas (con partidas blitz intercaladas, por ejemplo), o el rival le pareciera interesante (el franco-iraní Firouzja, por ejemplo, dijo también). Dio a entender así que ni Nepomniatchtchi ni casi ningún otro eran rivales que «lo motivaran» a defender el título. Personalmente, no me gustó la decisión de Carlsen. Por un lado, le quitó a un rival legítimo (quien fuese) la oportunidad de jugar contra el mejor. Y por el otro, dejó sobre quien sea que resulte el nuevo campeón la sombra de la duda sobre si es, o no, el mejor. Esa idea puede parecer anacrónica y jodida, de un mundo donde la gente compite en vez de cooperar. Lo es. Pero es que ése es, todavía, el mundo. Con una diferencia notable, creo, a favor del ajedrez (y contra el mundo): salvo por las diferencias de oportunidades que da, por desgracia, la clase social o país donde se nazca, los jugadores a ambos lados del tablero quieren ganar ---decía un viejo manual de ajedrez para niñxs que leí hace décadas--- porque pensaron más y mejor. No porque su rival se equivocó. Y eso es justo lo que le quitó ---o le heredó--- Carlsen a quien sea que gane este año el título: el derecho a demostrar que pensó más y mejor e inaugurar, por esa vía, otro camino a la belleza. No sé. No logro imaginar cuál sería el giro de los acontecimientos que volteara la mesa y sus piezas en todas direcciones, como hace uno de joven, de un manotazo torpe, cuando consideramos que nuestro adversario se aleja de todo lo que de justo y bueno y bello tiene el juego, para impedirnos jugar. Pero me gustaría verlo. Ver que Ding o Nepo se alcen de modo innegable contra cualquier pronóstico, contra sus propias posibilidades, contra la inapetencia aburridísima del Carlsen que toma decisiones tan odiosas como su afición por el póker. Bueno. Ya lo dije. Bai.