Un cuento de dos utopías: Musk y Bezos en el espacio exterior ============================================================= Por Mary-Jane Rubenstein Marzo de 2022 ## I. Conoced a los astroempresarios La primera vez que me di cuenta de que algo pasaba fue cuando Elon Musk puso un coche en órbita. Era enero de 2018 y SpaceX buscaba probar su cohete Falcon Heavy, cortejar al ejército de Estados Unidos y asegurarse de que todo el mundo estaba mirando. Así que, en lugar de mostrar la capacidad de carga del cohete con, por ejemplo, losas de hormigón o acero, Musk decidió atar a la espalda del Falcon un Tesla Roadster de color rojo brillante. Un coche perfectamente funcional, incluso exquisito. Cien mil dólares de cromo, cuero, acero, cristal, software de navegación de última generación, tecnología verde y trabajo humano lanzados inútilmente en órbita, no alrededor de la Tierra, sino del sol. Fue un acto de una inmensa chulería, un extraordinario despilfarro y de una presuntuosidad literalmente cósmica: ahora, junto con ocho planetas, algunos planetas enanos, lunas y asteroides, hay un descapotable trucado dando vueltas alrededor de nuestro orbe solar, conducido hasta el fin de los días por un maniquí vestido con un traje espacial y llamado «Starman». Musk bautizó a su astrobot condenado con el nombre del mesías extraterrestre del álbum Ziggy Stardust de 1972 de David Bowie. La canción de Bowie «Life on Mars» acompañó el lanzamiento del cohete más el Roadster hacia las estrellas, y su «Space Oddity» sigue sonando sin cesar en los altavoces JVC del coche. La guantera del Starman está llena de versiones multimedia de Guía del autoestopista galáctico de Douglas Adams y de la trilogía de Fundación de Isaac Asimov. Y el propio cohete Falcon Heavy lleva el nombre del Millennium Falcon de Star Wars. Se podría decir que Musk es el geek de los geeks, y que su estética está articulada por la nostalgia futurista de su pasado adolescente: cohetes, trajes espaciales, colonias marcianas, glam-rock y una promesa de mercado libre de posibilidades infinitas. Musk también es un showman empedernido. En 2003, le costaba mucho conseguir que la NASA se tomara en serio a SpaceX y a su recién fabricado Falcon 1. Así que condujo el cohete de siete pisos en un enorme camión de plataforma desde Boca Chica, Texas, hasta Washington D.C., y lo aparcó en la calle frente a la sede de la Administración Federal de Aviación.[^1] En las dos décadas transcurridas desde entonces, Musk ha seguido produciendo todo tipo de espectáculos: un furor en Twitter con cada lanzamiento, explosiones dramáticas, ventas de billetes a multimillonarios para viajes en naves no construidas y un manifiesto sobre su intención de salvar a la «humanidad» saliendo del condenado planeta Tierra.[^2] Mientras tanto, al otro lado de Texas, Jeff Bezos ha hecho mucho menos ruido. A principios de la década de 2000, mientras Musk arrastraba a la NASA, la Fuerza Aérea, Boeing y Lockheed Martin a demandas antimonopolio de alto nivel, Bezos compraba ranchos de manera discreta para desarrollar su propia astroempresa, Blue Origin. Bajo los auspicios de corporaciones improvisadas, Bezos reunió más de 300.000 acres de tierra del oeste de Texas para poder probar sus cohetes sin que nadie se diera cuenta.[^3] Musk también había comprado tierras, por supuesto, pero hace tanto ruido en ellas que los guardas del Parque Estatal Mother Neff cercano ahora advierten a sus visitantes que si algo suena como el fin del mundo, probablemente no lo sea (al menos no todavía). Ambos son magos, pero de tipos muy diferentes. Musk saca conejos del sombrero, mientras que Bezos hace desaparecer la moneda detrás de la oreja. Mientras Musk grita: «¡Mira, mamá! [explosión] Espera, no, eso no es», Bezos se esconde en su habitación para perfeccionar el truco. Ambos multimillonarios están construyendo cohetes reutilizables, asequibles y de última generación, pero Musk se apresuró a los lanzamientos mientras Bezos trabajaba en los aterrizajes. Elon nos ha hecho mirar a cielos que explotan, mientras que Jeff nos ha mantenido mirando a nuestros propios malditos regazos, comprando con un solo clic los rodillos de pelusa, los moldes para pasteles y los suéteres para perros que financian sus esfuerzos más cósmicos. Como Bezos por fin explicó hace un año, «Cada vez que compras zapatos, estás ayudando a Blue Origin. Y te lo agradezco mucho».[^4] (Y de repente odio mis zapatos). El propio Bezos articuló la diferencia metodológica entre Blue Origin y SpaceX en una carta de 2004 a su entonces escaso personal aeroespacial: «Sed la tortuga», les dijo, «y no la liebre».[^5] Su lema para la empresa es Gradatim Ferociter, o «paso a paso, ferozmente», una adaptación latina más descarnada de «lento y constante se gana la carrera». La frase está inscrita en pancartas bajo el escudo de armas de la empresa (sí, tiene un escudo de armas), en el que aparecen dos tortugas sobre un globo terráqueo que va desde América del Norte hasta un sistema solar dorado y brillante. Coronando la imagen hay un sol cruciforme, anclado en un reloj de arena alado y sin tiempo. El conjunto parece una mezcla de una cosmografía del siglo XV y un fanzine de Harry Potter. Más nerd que geek, Bezos lee todo lo que está impreso, considera incluso las alternativas más extravagantes antes de decidirse y exige que las ideas se presenten en forma de párrafo completo. Como todes sabemos,[^6] es un hombre de libros; además de Esopo, sus referencias incluyen a JRR Tolkien, Isaac Asimov, Julio Verne, Ian M. Banks, Neal Stephenson y William Gibson. De vez en cuando, incluso menciona Una arruga en el tiempo, la única obra de una mujer que entra en el canon astroempresarial. Pero cuando se trata del espacio, la mayor influencia de Bezos es Star Trek. Mientras Musk está actualizando a George Lucas con sus halcones explosivos y sus bandas sonoras épicas, Bezos cultiva la gestalt más gentil de la nave estelar Enterprise. Como informa Franklin Foer del diario Atlantic, Bezos quería inicialmente llamar a Amazon «MakeItSo.com» como un homenaje al capitán Jean-Luc Picard, al que ahora se parece increíblemente.[^7] Bezos llamó a su perro Kamala en honor a la metamórfica empática de Krios Prime,[^8] y como todes sabemos, acaba de llevar audazmente a William Shatner a donde ningún actor de noventa años había llegado jamás. Quizás la pregunta que te estás haciendo es, ¿por qué? ¿En qué andan estos multimillonarios en el espacio? ## II. La vida en Marte Probablemente ya sea una noticia vieja para ti: Elon Musk y Jeff Bezos quieren que salgamos del planeta. No todas las personas, por supuesto, pero según estos dos utópicos absurdamente ricos, el futuro de la especie dependerá de aquellos humanos que tengan la previsión, la fortaleza y las finanzas para dirigirse al espacio exterior. Al igual que para el capitán Kirk y las tripulaciones del Apolo, el espacio se ha convertido para estos pioneros modernos en «la última frontera»: un lugar de mundos nuevos, fortunas incalculables y peligros inmensos. Probablemente ya sea una noticia vieja para ti: Elon Musk y Jeff Bezos quieren que salgamos del planeta. No todas las personas, por supuesto, pero según estos dos utópicos absurdamente ricos, el futuro de la especie dependerá de aquellos humanos que tengan la previsión, la fortaleza y las finanzas para dirigirse al espacio exterior. Al igual que para el capitán Kirk y las tripulaciones del Apolo, el espacio se ha convertido para estos pioneros modernos en «la última frontera»: un lugar de mundos nuevos, fortunas incalculables y peligros inmensos. Musk y Bezos son rivales notorios, compitiendo por contratos, intercambiando puñaladas online, y disputándose continuamente el título de hombre más rico de la Tierra. Ambos han declarado repetidamente que sus esfuerzos en el espacio son de suma importancia personal, profesional y existencial, y que sus obscenas fortunas se justifican como medios para un fin humanitario, es decir, la salvación de la vida tal y como la conocemos. Sin embargo, a pesar de estas significativas similitudes, los dos hombres difieren no solo en temperamento y enfoque, sino también en valores y visión. A la hora de la verdad, los dos multimillonarios quieren cosas diferentes en lugares diferentes por razones muy distintas. De forma infame, Musk quiere ir a Marte. De hecho, como explicó en un manifiesto de 2016, siempre ha sido su objetivo «convertirnos en una especie multiplanetaria» estableciendo una «ciudad autosuficiente» en el Planeta Rojo.[^9]. Habiéndose aprendido el argumento de Robert Zubrin, el ingeniero aeroespacial y veterano defensor de Marte, Musk explica a quien quiera escucharle que la Tierra es una bomba de relojería. Tarde o temprano, algo destruirá a la humanidad, ya sea un asteroide, una guerra nuclear o robots con inteligencia artificial. Tarde o temprano, tendremos que encontrar otro lugar para vivir, y dadas las condiciones literalmente infernales de Venus, Marte es nuestra mejor opción. Por supuesto, dentro de cinco mil millones de años, el sol explotará, transformándose en una gigante roja y engullendo a Marte y a la Tierra en un apocalipsis ardiente. Así que, si queremos que la humanidad perdure para siempre, tendremos que llegar a otro sistema solar. Pero nunca podremos vivir en otro lugar a menos que empecemos cerca de casa, y pronto, antes de que un asteroide gigante o Alexa 5.0 acaben con toda la especie. A veces, Musk parece darse cuenta de lo mucho que suena como ese tipo en la esquina que agita un cartel de cartón que dice «EL FIN ESTÁ CERCA». Renegando y adoptando a la vez el papel de profeta lunático, escribe: «No tengo una profecía inmediata del fin del mundo, pero eventualmente… habrá algún evento que traerá el fin del mundo». Con el apocalipsis en el horizonte, nuestra primera opción es dejar que el desastre nos extinga como lo hizo con los dinosaurios, una opción que Musk considera tan intolerable que ni siquiera la contempla. «La alternativa», dice, «es convertirnos en una civilización espacial y en una especie multiplanetaria, lo que espero que estés de acuerdo en que es el camino correcto».[^10] Así que Marte es la respuesta. Como cualquier profeta del apocalipsis, Musk sigue revisando su calendario. Tras haber prometido inicialmente el envío de misiones tripuladas a Marte en 2020, lo retrasó a 2025 y, en este momento, Musk espera enviar a los primeros humanos al Planeta Rojo justo antes o después de 2030, con el objetivo de llevar a un millón de personas a Marte en 2050. Un millón de personas. A Marte. El reto será conseguir que la empresa sea asequible… más o menos. Por el momento, como muestra Musk mediante un estrambótico diagrama de Venn, el precio de ir a Marte es infinito, dejando el conjunto de personas que quieren ir a Marte completamente a un lado del conjunto de personas que pueden permitirse ir a Marte. Utilizando tecnología convencional, Musk estima que el precio de un billete de ida y vuelta a Marte podría ascender a unos 10.000 millones de dólares por persona. Pero, una vez que sus cohetes alcancen la plena reutilización y eficiencia, Musk predice que podrá reducir el coste a 200.000 dólares, «el coste medio de una casa en Estados Unidos».[^11] A ese precio, según sus palabras, «casi cualquiera» podría ir a Marte. Todo lo que tendría que hacer es ahorrar un poco, vender su casa y hacer una maleta muy pequeña. La persona que no tenga el dinero siempre puede ser patrocinada por su empleador y pagarlo con unos pocos años de trabajo, al estilo de la servidumbre por contrato. Siguiendo el modelo de los magnates estadounidenses del siglo XIX, Musk promete construir un sistema de transporte interplanetario similar al ferrocarril transcontinental. Esta ruta de carga llevará suministros terrestres a la naciente colonia marciana cada 26 meses, cuando los dos planetas se acerquen más el uno al otro. A medida que se vaya haciendo autosuficiente, la colonia dependerá cada vez menos de estos envíos, adquiriendo gradualmente la capacidad de cultivar sus propios alimentos, fabricar su propio combustible y extraer recursos suficientes para crear y mantener su infraestructura. Con el tiempo, no habrá necesidad de que las naves vengan en absoluto, excepto para transportar pasajeros y tal vez para participar del comercio. A la hora de publicitar su nueva colonia, Musk alterna entre apelar a las aspiraciones de los propietarios de viviendas y animar a los estudiantes en las vacaciones de Semana Santa. Por un lado, admite que Marte va a ser un trabajo muy duro. En las condiciones actuales, es imposible respirar o simplemente estar en el planeta sin un traje espacial. Al tener Marte tan poca atmósfera, toda el agua del cuerpo humano se convertiría en vapor, matándonos instantáneamente. Incluso con un traje espacial, es tal el nivel de radiación en Marte que probablemente causará a los colonos graves problemas de salud. Así que, como Musk reconoce de vez en cuando, Marte será como trasladar el Atlántico en el siglo XV, pero en un día realmente malo: «Hay muchas posibilidades de que mueras», dice; «va a ser un camino difícil».[^12] Por otro lado –y esta es la parte en la que Musk tiende a insistir– la Ruta Marciana va a ser bastante guay. El viaje en sí será como un Club Med astronáutico: un centenar de personas a bordo de un BFR de 400 pies, un «Big Effing Rocket» (un cohete jodidamente enorme), para un viaje de siete meses durante el cual, Musk insiste, nunca «se sentirá estreche ni aburride». Habrá juegos de gravedad cero (a Musk le gusta mucho rebotar), además de «películas, salas de conferencias, camarotes y un restaurante. Será muy divertido ir», afirma Musk con entusiasmo; «¡te lo vas a pasar en grande!».[^13]. (En ningún punto entre estas descripciones explica quién será el personal de los restaurantes, la limpieza de las cabinas o la limpieza del vómito espacial de las paredes relucientes del BFR).[^14] En cuanto al planeta en sí, Musk promete que «será muy divertido estar en Marte, porque tendrás una gravedad que es aproximadamente el 37% de la de la Tierra, por lo que podrías levantar cosas pesadas y desplazarte dando saltos».[^15]. Vale, el aire es principalmente dióxido de carbono, pero si bien es tóxico para los humanos, facilitará el crecimiento de las plantas «al simplemente comprimir la atmósfera». Ante el problema de la radiación, Musk dice inexplicablemente que «no es tan gran cosa»,[^16] y aunque entiende que Marte es «un poco frío» – la temperatura media es de -80 grados Fahrenheit (-62 grados Celsius) – asegura a sus futuros colonos que «podemos calentarlo».[17] ¿Cómo se «calienta» exactamente un planeta helado? El predecesor ideológico de Musk, Zubrin, proponía «hacer el invernadero» al Marte; es decir, imitar el proceso que actualmente está asando la Tierra liberando clorofluorocarbonos, bacterias gaseosas modificadas genéticamente o incluso más dióxido de carbono en la atmósfera de Marte.[^18] El físico popular Michio Kaku es partidario de la idea de recoger metano de la luna de Saturno, Titán, e importarlo a los cielos marcianos.[^19] Pero todo esto suena demasiado complicado para Musk, que sugiere que, en su lugar, podemos utilizar armas nucleares para «bombardear Marte». Si se bombardea el espacio aéreo por encima de los casquetes polares con unas bombas de hidrógeno, se pondrá en marcha un proceso de calentamiento, se liberarán toneladas de agua y la colonia estará mucho más cerca de la autonomía. Desde luego, la mayoría de la comunidad científica piensa que se trata de un plan absolutamente ridículo. El Director de la agencia espacial rusa Roscosmos ha estimado que se necesitarían más de 10.000 misiles para llevar a cabo el plan de «bombardear Marte».[^20] ¿La respuesta de Musk en Twitter? «No hay problema».[^21] Cuando se le pregunta por qué elige «salvar» a la humanidad enviándonos a Marte en lugar de abordar la injusticia, la pobreza y el cambio climático en la Tierra, Musk suele reírse y decir: «Que se joda la Tierra». La Tierra está acabada; la Tierra es historia; la Tierra está pasada de moda. Teniendo en cuenta los arrecifes de coral, los humedales y los cielos limpios que SpaceX ha contaminado y destruido, y considerando el propio avance de Musk en materia de inteligencia artificial, se le podría acusar incluso de empeorar el desastre para intensificar la necesidad de salvación. De hacer el planeta realmente inhabitable para que, efectivamente, tengamos que abandonarlo para una utopía marciana. Si tú también estás frunciendo el ceño ante esta fantasía de hackeo planetario, no eres la única o el único. Como nos recuerda la astrobióloga Lucianne Walkowicz, no tenemos un gran historial de control de los procesos geológicos en el planeta en el que ya vivimos. ¿Cómo podemos esperar hacer un hábitat en Marte cuando ni siquiera podemos preservar la habitabilidad de la Tierra?[^22] Parece que regular los biosistemas de un orbe azul-verde ya oxigenado y templado sería una tarea mucho más fácil que dar vida a una tormenta de polvo planetaria. Es decir, ni siquiera podemos averiguar cómo evitar unos cuantos grados devastadores de cambio climático en la Tierra (en realidad, no es que no sepamos cómo hacerlo, es que no queremos hacerlo). Cuando se le pregunta por qué elige «salvar» a la humanidad enviándonos a Marte en lugar de abordar la injusticia, la pobreza y el cambio climático en la Tierra, Musk suele reírse y decir: «Que se joda la Tierra».[^23] La Tierra está acabada; la Tierra es historia; la Tierra está pasada de moda. Teniendo en cuenta los arrecifes de coral, los humedales y los cielos limpios que SpaceX ha contaminado y destruido, y considerando el propio avance de Musk en materia de inteligencia artificial, se le podría acusar incluso de empeorar el desastre para intensificar la necesidad de salvación. De hacer el planeta realmente inhabitable para que, efectivamente, tengamos que abandonarlo para una utopía marciana. La palabra «utopía» viene del griego topos, o «lugar». La «u» es privativa, es decir, niega la palabra que precede. Etimológicamente, pues, utopía significa «no-lugar». Y es justamente esta imprecisión, esta falta de ubicación, esta perpetua confusión, lo que permite que el utopismo florezca. Si nunca está en ningún sitio, o nunca se realiza del todo, entonces una utopía puede ser lo que uno quiera que sea. Los utopistas clásicos, como Platón, Thomas Moore y Marx y Engels, nos dieron ideas muy claras de cómo serían sus sociedades ideales: las clases sociales se concretan o son suprimidas, el dinero se distribuye o es abolido, etcétera. Musk, por el contrario, ofrece lo que se podría llamar el utopismo sin la utopía. No encontrarás ningún proyecto social o político en las charlas de motivación o en los planes de negocio de Musk. Lo que encontrarás en su lugar son promesas abstractas de «libertad»: de la Tierra, de la regulación internacional, de la gravedad e incluso de la muerte, al menos a nivel de la especie. No ha concretado los detalles, porque los detalles destruirían la perfección. Pero va a ser genial vivir en Marte. ## III. Sentado en una lata de hojalata Jeff Bezos no está tan seguro. De hecho, Bezos cree que Marte será sumamente terrible. Hemos enviado sondas a todos los planetas del sistema solar, razona, «y créanme, la Tierra es el mejor. Hay cascadas y playas y palmeras y ciudades fantásticas y restaurantes... Y eso no lo vas a tener en ningún otro sitio que no sea la Tierra durante mucho, mucho tiempo».[^24] «A mis amigos que quieren trasladarse a Marte algún día», informa Bezos, «les digo: ‘¿Por qué no os vais a vivir a la Antártida durante tres años primero, y luego veis lo que pensáis?’ Porque la Antártida es el Jardín del Edén comparado con Marte».[^25] Así pues, si Musk se alegra de «joder la Tierra», Bezos se empeña en salvarla; si Musk bautizó su SpaceX con el nombre del lugar al que le gustaría ir, Bezos bautizó ‘Blue Origin’ con el nombre del lugar del que siempre será: esta «joya» de planeta llamada Tierra.[^26] ¿Cómo va a restaurar y preservar Bezos el azul de nuestro origen? ¿La belleza de nuestra Tierra? Sacándonos del planeta. El problema, para Bezos, es la energía: estamos usando demasiada. Dada la expansión y «modernización» de la población humana, la humanidad industrial-global alcanzará límites absolutos en el próximo siglo. Sencillamente, no hay suficiente combustible —ya sea del suelo, del viento o incluso del sol al que sólo podemos aprovechar de manera limitada desde la Tierra— para alimentar a todo un planeta de hospitales de primera clase, electrónica de última generación, megaiglesias, supertiendas, mataderos y granjas industriales. Necesitamos más energía, así que tenemos que ir al espacio. Más filosófico que Musk, Bezos se detiene a considerar algunas objeciones. La eficiencia no nos salvará, porque no importa cuántos paneles solares o bombillas LED instalemos: nuestra Tierra y sus recursos son obstinadamente finitos. La única alternativa terrenal sería dejar de consumir tanta energía, pero eso requeriría un «racionamiento» y quizá incluso un «control de la población», cosas que Bezos considera intolerables. Pero el verdadero problema con la perspectiva de una vida sostenible en la Tierra, dice, es que «va a ser aburrida. Quiero que mis tataranietos utilicen más energía per cápita que yo. Y la única manera de que usen más energía per cápita que yo es si nos expandimos hacia el sistema solar».[^27] Así que el viejo refrán marxista es cierto: es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.[^28] En lugar de proponer una alternativa a la extracción de «recursos», a la búsqueda implacable de beneficios y a la crueldad derrochadora de la agricultura industrial; en lugar de utilizar su intelecto prodigioso para resolver el problema de la distribución de alimentos o su fortuna prodigiosa para implantar una renta básica universal (o incluso para pagar unos pocos dólares en impuestos federales), Bezos está gastando su dinero y su tiempo en exportar todo ese maldito sistema al espacio. La alternativa, dice, sería el «estancamiento», o incluso el retroceso. Y Bezos quiere seguir avanzando «hacia adelante», así que va a tener que ir hasta el infinito y mas allá. Y esta es la forma en que funcionará: en lugar de ir hasta Marte, Bezos propone que construyamos una serie de bases en la Luna. Instalamos paneles solares en cada base, obteniendo acceso a mucha más energía solar de la que podríamos aprovechar en la Tierra. Extraemos agua de la Luna, cuyos elementos pueden dividirse y recombinarse en combustible para cohetes. Utilizando mucha menos energía de la que necesitaríamos en Cabo Cañaveral, alimentaremos mini-misiones para minar asteroides en busca de metales pesados y de tierras raras, momento en el que empezaremos a construir habitáculos flotantes kilométricos entre la Tierra y la Luna. Sí, oíste bien: cápsulas espaciales gigantes. La idea proviene de Gerard O’Neill, el físico de Princeton que empezó a proponer a mediados de los años 70 que toda la industria pesada y gran parte de la población humana se trasladaran al espacio. Las minas y las fábricas ocuparían asteroides y la Luna, mientras que la residencia, el ocio y el comercio tendrían lugar en gigantescos tubos cilíndricos, que girarían para simular la gravedad y se situarían en «puntos de Lagrange» para mantener una órbita estable. Tras asistir a las conferencias de O’Neill en la universidad, Bezos sigue siendo un devoto. «Esto es Maui en su mejor día, durante todo el año», promete. «Sin lluvia, sin tormentas, sin terremotos».[^29] En nuestros Edenes de clima controlado, tendríamos todo lo que amamos en la Tierra, como el aire, los árboles, los pájaros y las playas, pero nada de lo que odiamos –O’Neill prometió infamemente que por fin estaríamos libres de mosquitos. Y mientras tanto, la Madre Tierra se echaría una siesta largamente esperada. Con toda la industria pesada y una buena parte de la humanidad reubicada fuera del planeta, la Tierra podría dividirse en zonas para la industria ligera, algunas residencias y el ocio. En resumen, la Tierra se convertiría en un parque planetario, un gran lugar de vacaciones, un lugar encantador para ir a la universidad. Mientras tanto, en el espacio, los humanos podrían jugar a tantos videojuegos, tener tantos hijos y comer tanta carne roja como quisieran, impulsados por una energía ilimitada. Según los cálculos de Bezos, un sistema solar hackeado al estilo de O’Neill podría, en principio, albergar a un billón de seres humanos (equivalente al one trillion inglés). «Eso son mil Mozarts», se maravilla; «mil Einsteins. Qué civilización tan guay sería».[^30] La pregunta es, ¿tenemos el valor de desenmascarar esta ilusión mesiánica? ¿De abandonar el sueño de un paraíso cósmico y capitalista, y romper el encanto con lo que la activista climática Greta Thunberg llama «unos cuentos de hadas de crecimiento económico eterno»33? ¿Qué tal si, en vez de preguntar cómo el universo puede ser nuestro, nos preguntáramos cómo podemos nosotros ser suyos? Parece un golpe bajo, pero necesario, señalar que, según esta lógica necia, también ganaríamos mil Hitlers y Stalins. Pero Bezos está dejando que los chavales de CTIM, que coloca estratégicamente en las primeras filas de sus conferencias, resuelvan los detalles. ¿Cómo vamos a construir las colonias O’Neill? ¿Con qué materiales? ¿Bajo qué tipo de sistemas políticos? Bezos no tiene ni idea. Él está aquí para construir la infraestructura para que grandes pensadores del futuro puedan resolver los detalles. En resumen, Bezos construirá los puentes extraterrestres para que los futuros soñadores puedan averiguar qué hacer con ellos. Bezos allanará el camino para los futuros Bezos y Zuckerbergs, e incluso para los futuros Musks, una vez que se hayan hartado de esas tormentas de polvo radiactivo en Marte. Así que estas son nuestras dos utopías: «joder la Tierra y ocupar Marte» frente a «salvar la Tierra perforando el universo». Y el público se está entusiasmando. Por muy «anticorporativo» que supuestamente sea el estadounidense promedio de clase media, nos gustan mucho nuestros coches rápidos y recibir paquetes en el mismo día, especialmente si nos hacen pensar que estamos haciendo algo virtuoso. Como dice un periódico universitario, Elon Musk y Tesla están «salvando el planeta siendo las hostias».[^31] Y como informa Franklin Foer en el Atlantic, los estadounidenses expresan «más confianza» en Amazon que en «prácticamente cualquier otra institución estadounidense», incluido el ejército.[^32] Pides un paquete de tres botes herméticos y obtendrás, al día siguiente, un paquete de tres botes herméticos. Averiguas cómo abrir las puertas de un Tesla y ese bicho te llevará a trescientos kilómetros con una sola carga mientras acelera como un sueño, se detiene en un instante, recomienda restaurantes locales y entretiene a sus pasajeros con chistes de pedos y videojuegos. Bezos y Musk han creado empresas que funcionan. ¿Por qué no confiar en sus visiones de nuestro futuro en el espacio? Por supuesto, ambas visiones quedan muy lejos. Hasta ahora, nadie ha ido a Marte, nadie ha explotado un asteroide, ni ha construido un cilindro espacial giratorio, y hace medio siglo que nadie pisa la Luna. Pero mientras tanto, los nuevos «Spaceniks» (frikis del espacio) ya están liándola a lo grande. Musk ha llenado su franja asignada de altitud en la órbita terrestre baja con tantos satélites Starlink que ya bordea la asignada a Amazon.[^33] Tanto astrónomos como ecologistas espaciales no dejan de advertir que entre los satélites muertos, los satélites vivos, los trozos de pintura, las herramientas perdidas, la metralla, las cámaras viejas y la Estación Espacial Internacional, hay demasiadas cosas ahí arriba. A velocidades de 29.000 kilómetros por hora (o 18.000 millas por hora), la colisión de cualquier cosa con otra es desastrosa, y a pesar de nuestra constante capacidad de producir esta basura letal, no tenemos absolutamente ninguna manera de limpiarla (la idea más prometedora hasta ahora, que fracasó estrepitosamente la única vez que se probó, es que podríamos enganchar la basura que pasa con un arpón. Has leído bien, un arpón). La escena en el espacio es un caos total, y sin embargo Bezos, Musk y un creciente grupo de astroempresarios siguen sin inmutarse, prometiendo miles de satélites más, turismo suborbital, turismo orbital, estaciones espaciales privadas, hoteles espaciales y asteroides de tropecientos, todo ello como medio para nuestro hermoso futuro en el espacio. El camino a la utopía está pavimentado, esta vez, con egos gigantescos y con chatarra espacial, y el paisaje prometido es infinito. Llámeselo pantopía: no es tanto un «no-lugar» como un «todo-lugar» para unos pocos, terriblemente ricos. La pregunta es, ¿tenemos el valor de desenmascarar esta ilusión mesiánica? ¿De abandonar el sueño de un paraíso cósmico y capitalista, y romper el encanto con lo que la activista climática Greta Thunberg llama «unos cuentos de hadas de crecimiento económico eterno».[^34] ¿Qué tal si, en vez de preguntar cómo el universo puede ser nuestro, nos preguntáramos cómo podemos nosotros ser suyos? -- [^1]: Davenport, C. (2019). «Los barones del espacio: Elon Musk, Jeff Bezos y la búsqueda de la colonización del cosmos». PublicAffairs, New York, p. 42. [^2]: Musk, E. (2017). «Convertir al ser humano en una especie multiplanetaria». New Space n.5, p. 2. [^3]: Davenport, C. (2019). «Los barones del espacio: Elon Musk, Jeff Bezos y la búsqueda de la colonización del cosmos». PublicAffairs, 42, p. 26. [^4]: Cao, S. (2019). ‘Bezos cree que está ganando la ‘carrera espacial de los multimillonarios’. The Fair Observer. https://observer.com/2019/02/amazon-jeff-bezos-blue-origin-space-race/ [^5]: Davenport, C. (2019). «Los barones del espacio: Elon Musk, Jeff Bezos y la búsqueda de la colonización del cosmos». PublicAffairs, 42, p. 147.. [^6]: Utilizo la «-e» inclusiva para denotar el pronombre personal genérico. [^7]: Foer, F. (2019). ‘El plan maestro de Jeff Bezos’. The Atlantic. https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2019/11/what-jeff-bezos-wants/598363/ [^8]: Kamala. Memoria Alpha Fandom. https://memory-alpha.fandom.com/wiki/Kamala [^9]: Musk, E. (2017). «Convertir al ser humano en una especie multiplanetaria». New Space, 5. [^10]: Musk, E. (2017). «Convertir al ser humano en una especie multiplanetaria». New Space, 5, p. 46. [^11]: Musk, E. (2017). «Convertir al ser humano en una especie multiplanetaria». New Space, 5, p. 47. [^12]: Beers, D. 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